Te Amaré Aunque Dudes

El aire en la librería olía a madera envejecida y páginas amarillentas. Era uno de esos lugares donde el silencio pesa más que cualquier palabra, y sin embargo, allí estaba yo, temblando entre los estantes, sabiendo que ella aparecería.

La puerta chirrió suavemente y, como un susurro que hiere, la vi entrar. Traía el cabello húmedo por la llovizna y en su abrigo oscuro se dibujaba la silueta de quien carga con secretos demasiado grandes.

—No debí venir —murmuró apenas me reconoció, como si cada letra le pesara en los labios.

Me acerqué, con el corazón golpeando como martillo. —Y sin embargo, aquí estás.

Nos quedamos entre los libros olvidados, rodeados de títulos que parecían vigilarnos. En mi bolsillo llevaba un papel arrugado: el poema que había escrito la noche anterior, desgarrado de mis entrañas. Ella lo sabía. Lo había leído. Sus ojos lo confirmaban.

—Aunque lo dudes y te marches… te amaré —repetí en voz baja, casi suplicando.

Su respiración se quebró, como si luchara por mantenerse entera. —No entiendes, esto no puede ser. Todo lo nuestro es locura, un espejismo en medio de vidas que no nos pertenecen.

Me atreví a tomar sus manos. Estaban frías, húmedas. —Entonces déjame ser esa locura. Te amaré con encanto, con ingenio, como quien ama obtener más que nobleza.

Ella apartó la mirada, pero no retiró sus dedos de los míos. Fue entonces que vi las lágrimas que se acumulaban en el borde de sus pestañas.

—¿Qué pasará cuando todo se derrumbe? —preguntó con un hilo de voz.

—Nos sostendremos —dije, casi con rabia—. Te amaré aun sabiendo que lo nuestro es producto del amor y la locura. Prefiero perderme contigo que vivir cuerdo sin ti.

El reloj de pared marcó un minuto más, retumbando como sentencia. Afuera la lluvia golpeaba los cristales, y por un instante el mundo pareció reducido a ese rincón de polvo y deseo.

Ella se inclinó apenas, como si el corazón le pesara demasiado para sostenerse erguida. —Tienes que saberlo… mañana me voy.

El golpe me atravesó como un cuchillo. —¿Mañana?

—No lo elegí yo. Debo partir. Y no sé si volveré.

Mi voz salió ronca, rota. —Si tú te vas, mi corazón queda sin alma… irá muriendo solitario y vagabundo.

Fue entonces cuando ella me abrazó con una desesperación que no conocía. Sus labios encontraron los míos en un beso que sabía a despedida y a juramento eterno al mismo tiempo.

Nos separamos jadeando, y ella sonrió entre lágrimas. —Me aterra amarte, porque nunca he amado así.

La sujeté fuerte, temiendo que se desvaneciera. —Ese es el único amor que vale la pena. El que nos destruye y nos reconstruye.

El silencio volvió a apoderarse de la librería. Sabía que al amanecer se marcharía, pero también supe que, aunque lo hiciera, ninguna distancia arrancaría el fuego que había encendido en mí.

Me quedé allí, entre estantes de polvo y memoria, mientras su silueta desaparecía por la puerta. Y comprendí que, al final, los corazones que se aman con locura jamás caminan en paralelo: siempre encuentran la forma de cruzarse, aun en la eternidad.



«El amor verdadero no teme a la locura; la abraza como única prueba de que existe.»


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